jueves, 17 de febrero de 2011

EMILIA PARDO BAZÁN. LA LUZ EN LA BATALLA.


El 22 de mayo de 1921 en su casa de la calle Princesa de Madrid, moría doña Emilia Pardo Bazán. Con ella desaparecía el último representante de la mejor generación de novelistas que, con permiso de Cervantes (y gracias a él), habían dado hasta ahora nuestras letras.
Pues si bien aún vivía un joven y destacado autor, Vicente Blasco Ibáñez, triunfador en Hollywood, que no se recató en el ambiente luctuoso que siguió al deceso de la condesa en hacer públicos detalles de su supuesta relación, el escritor valenciano pertenece sólo como epígono a esta generación de narradores realistas.
En efecto, tan sólo un año antes, el 4 de enero de 1920, había muerto, también en Madrid, el gran maestro: don Benito Pérez Galdós. Ya era apenas una sombra de lo que fue: ciego, impedido, semiarruinado. Amado del público pero controvertido en la crítica, injustamente postergado en el Nobel. Pero para doña Emilia, y a pesar de los años transcurridos desde su apasionado viaje por Alemania, seguía siendo el "miquiño amado" al que había dirigido ardientes cartas que son un placer releer en la edición de Carmen Bravo Villasante.
Años antes, 1905, había entrado entre los inmortales otro de los puntales de la novelística realista, don Juan Valera, cuya relación con nuestra aguerrida protagonista había sido algo controvertida. Admirador de la que calificaba de "diablo de mujer que tiene singular y muy raro talento", mostró con ella, en cartas dirigidas a don Marcelino Menéndez y Pelayo, una ironía que hoy nos ofende, como cuando ante la supuesta pretensión de la escritora coruñesa de entrar en la Academia comentó respecto a los sillones: "Usted no puede sentarse en ellos cómodamente, su circunferencia es mayor que la nuestra... Sería necesario encargar un sillón especial, de tamaño diferente, que estropearía el conjunto, y esto es imposible".

Pero este indigno ataque se queda corto ante los que la revolucionaria mujer recibió de otro de los grandes nombres de esta generación: Leopoldo Alas, desaparecido ya en 1901. Si bien al principio ambos gigantes se habían tratado con corrección y mutua admiración e incluso el asturiano había prologado el polémico estudio de la Pardo Bazán acerca del naturalismo, La cuestión palpitante, poco a poco el tono de las críticas de aquel fue degenerando hasta mostrar una auténtica "pardobazanfobia":  "¿Para qué quiere doña Emilia ser académica? ... Más vale que fume. Es como si se empeñara en ser guardia civila o de la policía secreta".
Esta inquina contra la mujer que busca su sitio en un mundo de hombres también la encontramos en los dos autores más veteranos de esta generación: Pedro Antonio de Alarcón y José María de Pereda. El primero nunca se sintió próximo a ella. Más bien tachaba de "mano negra de la literatura" su naturalismo que traería a nuestro país  "la anarquía universal, el amor libre y la irresponsabilidad de las acciones humanas". El segundo censuraba "los alardes de naturalismo de mal gusto" que con rancia caballerosidad le hacía ver en sus cartas "Perdone mi franqueza porque no sé mentir con las damas".
Todos estos detalles de la trastienda de nuestros grandes nombres del realismo pueden disfrutarse en la magnífica y amena biografía de la profesora Eva Acosta: Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla. Biografía (Barcelona: Lumen, 2007). Estos y otros más que tienen que ver con la oposición recibida de los llamados "regionalistas", plasmada en las tensas relaciones con Rosalía y su marido o Curros Enríquez. A pesar de su difícil carácter, en ocasiones, en estas páginas conmueve asistir a su descomunal lucha, de auténtica pionera, a la que nada se le ponía por delante. A la vez duele ver cómo su herencia humana fue brutalmente truncada en la guerra civil, así como su herencia material, tan dispersada, cuando no destruida por incultas pero poderosas manos. Menos mal que la Real Academia Gallega, cuya sede en la calle Tabernas fue cesión de los herederos de doña Emilia, vela por su legado en la emotiva Casa-Museo allí instalada.

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