Ya en nuestro blog general de la biblioteca colgamos un humilde pero sentido homenaje a uno de nuestros escritores favoritos que acaba de fallecer, Miguel Delibes. Ahora, con un poco más de tranquilidad, queremos en el blog del Departamento de Lengua y Literatura Castellana aportar algunos datos sobre él para vuestra formación.
¿Quién era (duele poner el imperfecto) Miguel Delibes?
Si queréis conocerlo os recomiendo un libro de conversaciones entre él y un periodista, Cesar Alonso de los Ríos: Conversaciones con Miguel Delibes (Destino, 1993). Allí va desgranándose un diálogo entre los dos periodistas de El Norte de Castilla donde hace un recorrido por su vida, sus preocupaciones, sus personajes, sus reivindicaciones. Cuando citamos las palabras de Delibes, las tomamos de esta obra.
Miguel Delibes nació en 1920 en Valladolid. Allí estudió comercio como su padre. Allí le pilló la guerra con 16 años, allí inició su andadura periodística y literaria y allí formó su gran familia. Allí ha muerto y allí ha sido enterrado ayer.
Por eso, no puede desligarse su figura y su obra de la capital castellana, la cual no quiso cambiar a pesar de sustanciosas ofertas para ir a Madrid. Y es que, quitándose importancia, él se define como hombre de fidelidades:
"yo crezco donde me plantan, como los árboles. La fidelidad a mi mujer, a la amistad, a la ciudad en que vivo, no encierran el menor mérito, porque, en tanto no me reintegro a mi familia, a mis amigos, a mi ciudad, me considero viviendo en régimen de provisionalidad".
Tras la guerra, hubo de buscarse la vida y siguió el camino de su padre haciéndose catedrático de la Escuela de Comercio en 1943.
Simultáneamente, la afición a escribir le llevó a entrar en la redacción del periódico de su ciudad, El Norte de Castilla, donde empezó como simple dibujante, hasta ir pasando por todos los escalones y acabar como director. Fue un momento de enorme inquietud en el periodismo y a su sombra se formaron grandes periodistas como Francisco Umbral, Martín Descalzo, Cesar Alonso de los Ríos, ... Pero tuvo que enfrentarse con la dura censura franquista, la que denunció en su obra: La censura de prensa en los años cuarenta (y otros ensayos) (Valladolid: Ámbito, 1985).
También joven se inició en la literatura. Su primera novela, poco apreciada posteriormente por el propio escritor, ganó el prestigioso Premio Nadal en 1947, lo que supuso un buen espaldarazo en su carrera. La sombra del ciprés es alargada trata la infancia y madurez de Pedro, un huérfano educado rígidamente en la fría ciudad de Ávila, que experimenta tempranamente la muerte al perder a un compañero y que, tras una huida en su profesión de marino, la muerte vuelve a encontrarlo cuando acaba de conquistar el amor de Jane.
La muerte será, pues, una de sus obsesiones durante toda su vida. Su siguiente novela, Aún es de día (1949) no tuvo la misma repercusión, y en ella volvía a su preocupación por la muerte. Tras esta novela se inicia la etapa más fructífera y representativa de la trayectoria del escritor, la que se inicia con su obra más célebre, El camino de 1950.
El camino, novela que alcanzó un éxito inmediato y una repercusión internacional, le salió, según él confiesa, sin "forzarme lo más mínimo. Había escrito un capítulo por día: en veinticinco rematé el libro". Se trata de una conmovedora despedida y de un lírico retrato. Despedida de Daniel el Mochuelo de su pequeño pueblo castellano que ha de dejar en aras del progreso, pues su padre, un humilde quesero, quiere que su único hijo prospere y sea más que él. Para ello ha de abandonar su pueblo, con su río, sus jornadas de caza y sus correrías junto a sus amigos -Roque y Germán-. Debe dejar también las trenzas rubias de su incipiente amor, Uca-uca. Decir adiós a las gentes del pueblo que son ya parte del paisaje: las Guindillas, el cura don José, que es un santo, el herrero, la Mica, ... Todos ellos constituyen el retrato, la topografía de un paisaje que, igual que para Daniel, ya ha desaparecido de nuestro horizonte en aras del progreso.
En Mi idolatrado hijo Sisí (1953) nos pinta, con tintes muy críticos hacia el conservadurismo de una clase social, el retrato de un comerciante provinciano que, tras perder a su único y mimado hijo en la guerra, se quita la vida.
Tras otras obras, pues don Miguel era un trabajador incansable e iba a más de una novela o libro de artículos o de relatos por año, llegamos a La hoja roja en 1959 que fue llevada al teatro en 1987 con una genial María Fernanda D'Ocon. En ella un viejo funcionario ve acercarse la hora de la jubilación y al hacer un balance de lo que ha sido y es hoy su vida, comprende que lo único fresco y auténtico que le queda es la compañía de Desi la criada analfabeta. Lo que le lleva a la siguiente e interesante reflexión:
"Todo ser nace para aliviar la soledad de otro ser, y que el sentido de clase, la educación, etc., son fronteras convencionales levantadas entre los hombres que no tienen razón de existir."
Un paso más en esa indagación del espíritu humano supone la genial Cinco horas con Mario (1966) también llevada al teatro con enorme éxito en un memorable monólogo con Lola Herrera. En ella, ante al cadaver de su marido, un ausente pero omnipresente Mario, Menchu desgrana todos sus reproches y frustraciones en un ejercicio de introspección en el que Delibes demuestra un asombroso manejo del lenguaje oral. Tras su verborrea falsa e hipócrita que encierra un reprimido sentido de culpabilidad por un mal digerido episodio de infidelidad, se nos aparece la falsa y asfixiante sociedad de postguerra del que es auténtica víctima el intelectual de provincias, Mario, quien cuanto más es acusado, mayor humanidad va adquiriendo ante el oyente-lector.
En El príncipe destronado (escrita en 1963 pero no publicada hasta 1973 porque le parecía que su argumento era demasiado simple) fue llevada al cine por Antonio Mercero con el título de La guerra de papá. En ella Delibes volvió al universo tan querido de la infancia relatando un día en la vida de Quico, un pequeño de tres años que ha pasado a ser el penúltimo de la casa. La galería de personajes de la familia y del entorno del niño conforman un universo cuyo principal mérito es la naturalidad de situaciones que Delibes sacó de su propia y numerosa familia.
Ingresa en la RAE en 1973 donde ocupa el sillón e. Su discurso de ingreso versará sobre El sentido del progreso desde mis obras, que luego será publicado como libro bajo el título Un mundo que agoniza (1979).
En 1981 llegan
Los santos inocentes, un clásico contemporáneo, como ha sido calificado. Trasladada la ambientación de Castilla a Extremadura por primera vez, Delibes arriesga en el retrato de varios personajes memorables: Azarías, Paco el Bajo, Régula, Quirce, Nieves, el señorito Iván. Todos van hilvanando una intriga común: la historia de una venganza que es justicia para los desheredados. De fondo nos presenta las inhumanas condiciones de vida de unos campesinos siervos de la aristocracia. De esta gran novela surgió una gran película de Mario Camus.
En 1987 aparece 377 A, madera de héroe, en la que, aprovechando su propia experiencia personal en la marina de las tropas nacionales, Delibes cambia la tierra por la mar y reflexiona sobre el verdadero heroísmo. Gervasio, un niño que está predestinado desde la infancia a ser héroe, sigue la estela marcada por su familia pero comprueba que el heroísmo no tiene que ver con sentir emoción ante himnos militares sino con ser capaz de dar la vida por una causa.
En 1991 ve la luz una joya de la literatura romántica Señora de rojo sobre fondo gris. En ella Delibes expulsa los demonios que la perdida de su querida esposa le ha dejado, a través del relato de la enfermedad y muerte de Ana. Esta vez el narrador es pintor (de ahí el título) pero las coincidencias entre la historia y su biografía son muchas, como así ha confesado el propio escritor.
"intentar encubrir la realidad era estúpido por mi parte y reconocí que, en efecto, se trataba de un homenaje a mi mujer, a la que había querido mucho y a la que debía mucho."
Hacia el final de su vida le llueven los homenajes, tras los Premios de su primera etapa como el ya citado Nadal, el Nacional de Literatura en 1955, el Fastenrarh (1957), el de la Crítica (1962), llegarán los de mayor repercusión: el Príncipe de Asturias de las Letras (1982), el de las Letras de Castilla y León (1985), Ciudad de Barcelona (1987), el Nacional de las Letras (1991), el Premio Nacional de Narrativa (1998) y, especialmente, el Premio Cervantes, en 1993, que le coge "a punto de colgar los trastos de escribir". El único premio que se le resistirá, a pesar del clamor internacional a su favor, será el Nóbel, pero como han dicho recientemente, quien pierde con este olvido es el Nóbel, no Delibes.
Ya hacia el final de su vida y contradiciéndose a sí mismo pues no guarda la pluma, todavía nos dará otra obra maestra indiscutible, su única incursión en el género de novela histórica, El hereje (1998). En la más voluminosa de sus novelas viaja al Valladolid de la época de Carlos I, un mundo en lucha contra la herejía de la Reforma. Allí indagará en la intolerancia humana y volverá a dar una lección de humanismo.
¡Descanse en paz, este gran hombre y gran escritor!